ImprovisaciÓN


La impremeditación y las faltas de planeamiento o de previsión son los males que habitualmente se tratan de remediar con improvisaciones más o menos afortunadas.
El simple hecho de que aparezcan situaciones propicias a la improvisación indica ya, en la mayoría de los casos, que han habido errores de cálculo o de previsión.
Es evidente que ni las mentes humanas más despiertas pueden prever to-das las contingencias posibles. La previsión absoluta está por encima de lo humano.
Sin acercarnos a este límite, y manejando siempre conceptos que son ya patrimonio de la sabiduría humana, podemos clasificar todas las posibles fu-turas situaciones según una escala de facilidad de previsión. Así, por ejemplo, es muy fácil prever que al día le sigue la noche, pero ya no es tan fácil prever la nubosidad o la velocidad del viento en un lugar y a una hora determinados. La primera previsión está al alcance de cualquier persona, mientras que la segunda está reservada solamente a aquellas que poseen suficientes conocimientos meteorológicos y disponen además de la información necesaria.
La capacidad de previsión está, pues, íntimamente relacionada con el cono-cimiento científico. Cuanto mayor es el caudal de estos conocimientos, mayor es la probabilidad de realizar previsiones acertadas.
Salvando —como es natural— aquellas situaciones que son humanamente imprevisibles, los hombres de hoy, con responsabilidades en empresas o en asuntos públicos, han de estar equipados con los conocimientos necesarios para que sus decisiones o sus órdenes no den lugar posteriormente a innecesarias y lamentables acrobacias improvisatorias. Todo lo previsible ha de estar previsto, y no olvidemos por un instante que lo previsible puede ser mucho, muchísimo. Puede ser mucho más de lo que la masa de alegres improvisadores profesionales pudiera pensar.
En más de una ocasión hemos oído hablar con jactancia del maravilloso poder improvisador de nuestra raza. Si esto es cierto o falso ni lo sabemos ni, en el fondo, nos interesa. Lo que sí que parece razonable admitir es que aquel que cometa una evitable falta de planeamiento debe cargar después con la responsabilidad de improvisar sobre la cuerda floja las soluciones que el caso requiera.
No cabe duda de que una vez creada la situación difícil es mejor improvisar que no improvisar. Ahora bien, la realización de un sesudo planeamiento pre-vio evitaría seguramente que dichas situaciones se presentasen.
En el campo industrial hemos visto con harta frecuencia que la improvisación viene a ser una forma habitual de actuación, lo cual descubre, a su vez, que la planificación defectuosa y ligera es también un mal endémico.
Desgraciadamente, las medidas que se toman ante situaciones de emergencia, por muy brillantes e ingeniosas que parezcan, nunca suelen ser las más económicas ni las más eficaces a largo plazo, porque son piezas únicas del ingenio humano, en las cuales faltan los ingredientes del análisis sistemático y de la experiencia que proporciona la repetición de situaciones.
Hagámonos estas sencillas preguntas: ¿Volaría yo —ahora, en la época actual— en un avión hecho por mí mismo? ¿O preferiría volar en un avión comercial, del cual se han fabricado muchas unidades, y de cuyo funciona-miento existe ya una experiencia larga y favorable?
Las respuestas son claras porque, aun en el caso de que usted o yo lográsemos fabricar una pieza única de avión, que cumpliese los requisitos técnicos mínimos, ni la economía ni la perfección de su funcionamiento podrían compararse con la de los aviones comerciales.
Este ejemplo es demasiado obvio e ingenuo, pero ilustra perfectamente nuestro razonamiento.
Otro ejemplo menos obvio y, desde luego, menos ingenuo, es el de aquellos fabricantes que, olvidando o menospreciando los esfuerzos técnicos y económicos realizados por las casas constructoras de maquinaria y de equipo, y por aquellas que fabrican o preparan materias primas, tratan de evadir sus ser-vicios tomando la solución heroica de la aventurera improvisación. Con ello se da un salto atrás en la historia hasta aquellos remotos tiempos en que cada hombre, con sus propias artes y habilidades, trataba de cubrir todas sus necesidades. Hoy la cosa es muy diferente. El ceramista ha de hacer la vajilla que utiliza el zapatero, y ha de dejar que el zapatero se encargue de hacerle sus zapatos.
Si el ceramista perdiese su tiempo en hacerse sus propios zapatos, la gente podría pensar que su vocación no estaba precisamente en la cerámica.
https://boletinessecv.es/wp-content/uploads/2025/03/20120511104857.z19650406.pdf