El Mensaje


Las ideas bellas, que brotan del fondo del espíritu, pugnan por salir al exterior, y quieren hacerlo luciendo las galas de su más pura autenticidad. Esas ideas, al salir, se convierten en un mensaje estético apto para ser recibido por los demás. Pero la idea, para convertirse en mensaje, necesita infundirse en un cuerpo, en algo material, capaz de impresionar los sentidos: palabra, pintura, escultura, música, etcétera. ¡Qué pocas veces nos detenemos 0 pensar en las inmensas dificultades de este tránsito! Toda la grandeza de las ideas pretende ser enjaulada en unos moldes materiales, necesariamente raquíticos, imperfectos e insuficientes. Si lu idea se exterioriza por la vía del lenguaje, sentimos una angustiosa escasez de palabras y de expresiones adecuadas. Si se trata de pintura, escultura o música, experimen-tamos análogas limitaciones instrumentales o incapacidad realizadora. Las artes constituyen el vehículo mediante el cual se transmiten las ideas bellas y hacen posible la existencia del mensaje estético.
El refinamiento de las técnicas artísticas permite que dichas ideas se plas-men en realidades sensibles más perfectas, y que sufran menor deformación al ser presentadas a los demás. Del hombre prehistórico han llegado hasta nuestros días manifestaciones ar-tísticas muy rudimentarias: toscos recipientes, pinturas rupestres de cromatismo muy reducido, etc. ¿Es que no había entré aquellos hombres genios artísticos como los que han habido en épocas históricas? ¿O es que la grandiosidad de sus paisajes y la bravura de sus vidas no merecía quedar plasmada en obras artísticas per-manentes? Ni lo uno, ni lo otro. El genio artístico existió sin duda, y los motivos del arte —indisolublemente ligados a la existencia humana— han existido desde que el hombre es hombre. El ingrediente que faltaba era la técnica. El tesoro estético de aquellos hombres ha quedado perdido para la posteridad por el hecho de no haber dispuesto de unas técnicas debidamente desarrolladas. En nuestros días, la técnica ha alcanzado un alto grado de perfección y se ha convertido en un poderoso auxiliar de la creación artística.
No estaría de más señalar aquí dos casos opuestos que con frecuencia se presentan ante nuestros ojos.
El primer caso es el del artiÉia —supongámosle ceramista, por ejemplo— que por unas u otras razones no se siente con fuerzas para adquirir la necesaria formación técnica. Es posible que sus ideas sean bellas, bellísimas. Nosotros no po-demos saberlo. Solamente lo sabe él. Nosotras nos hemos de limitar a ver sus obras, y éstas no son demasiado bellas. La grandeza de sus ideas no ha podido materializarse plenamente en un mensaje estético porque su jaita de pericia en materia técnica se lo ha impedido. A veces, a ese resto de arte que ha logrado traslucirse a través de una obra técnicamente defectuosa, le llamamos ingenuidad o primitivismo encantador. Y, en efecto, es primitivismo porque supone un des-conocimiento de las técnicas artísticas, propio de épocas muy pretéritas. Aquellas personas que se lanzan a la actividad artística sin la adecuada preparación técnica, pueden llegar a producir obras ingenuas y de arte simplista y primitivo, solamen-te en el caso de que posean un genuino temperamento artístico, pero en ningún caso es de esperar que pasen de ese nivel.
El caso opuesto es el del artista —llamémosle así —que, profundamente preocupado por la perfección técnica de sus obras se olvida nada menos que de ponerlas un alma. La idea bella que debe preceder a la ejecución de la obra, no ha existido, o si ha existido ha sido lastimosamente olvidada o mutilada durante la propia realización de la obra. Las artes nos han de servir para transmitir esas ideas. Las obras artísticas son mensajes estéticos y como tales han de ser consideradas. Cuando no hay nin-guna idea que transmitir a los demás, lo mejor que se puede hacer es cerrar la boca, enfundar el violin, guardar los pinceles y las espátulas, y esperar paciente-mente a que llegue una ocasión más inspirada. El simple despliegue de unas bien cimentadas facultades técnicas no es suficiente para merecer la credencial de artista.
Los ceramistas que saben unir una inspiración caudalosa al dominio de unas refinadas técnicas ejecutivas, tienen y tendrán siempre abiertas las puertas gran-des del arte. Los que poseen inspiración, pero no son diestros en el manejo de las técnicas cerámicas, deben afanarse por adquirír este adiestramiento, para no continuar produciendo obras que son mitad suyas y mitad del azar. Es desconsolador que proUferen las piezas cerámicas escasas de técnica, pero aún lo es más el que se sigan produciendo piezas escasas de alma, piezas que no son portadoras de mensaje, piezas vacías que nunca dicen nada porque nada quiso que dijeran aquel que engendró ,sus cuerpos sin darles el soplo de la vida.
https://boletinessecv.es/wp-content/uploads/2025/03/20120511110918.z19640301.pdf