El Hombre Y Su Oficio

A man who is too big to stu-dy his job is as big as he will ever be.
WILLIAM E. NORTH
Estas palabras de William E. North nos suenan a martillazo, y por su concisión y profundo contenido nos parecen bien merecedoras de encabezar estas líneas. Las frases felices, aparte de compendiar importantes retazos de sabiduría, sirven de centro y motivo para hilvanar sustanciosas meditaciones.
Según ima traducción muy libre, lo que W. E. North nos dice es lo siguiente: El hombre que se considera a si mismo demasiado grayide y demasiado im-portante para estudiar su propio oficio es ya todo lo grande y todo lo importante que en su vida ha de llegar a ser. Dicho de otra forma, este mensaje viene a significar que en el mismo instante en que un hombre considera innecesario o indigno el seguir perfeccionándose en su propio quehacer, ha alcanzado ya la cima de su carrera. Esa lamentable actitud —sea cual sea su motivación— marca invariablemente el comienzo del descenso. La rampa de descenso del tobogán se abre en ese instante y la caída es inevitable.
La triste realidad es que, en el ocaso de todas las vidas, se produce una pérdida gradualmente creciente de actividad y de eficacia. La luz estimulante del amanecer, al ir consumiéndose el día, se transforma en ima luz roja, cálida, de atardecer que incita a la somnolencia y al retiro, y que es inmediato preludio del frío nocturno.
Todos quieren mirar al día de frente. Nadie quiere tener que volver la cabeza para ver unos resplandores postreros y hiddizos en el horizonte. Son los hombres que vienen y los que se van.
Según el crudo mensaje de North, el hombre que viene se convierte en el hombre que se va, en el mismo instante en que comienza a perder interés en su perfeccionamiento profesional. Esta es, evidentemente, una interpretación biológica de las palabras de North. El hombre suele acusar la llegada de su ocaso biológico con ima evidente pérdida de ilusión en su adelanto profesional. Se considera satisfecho con haber llegado a donde ha llegado, y si aún aspira a nuevos avances, trata de conseguirlos mediante un mejor empleo de los conocimientos o de los méritos que ya posee, y no mediante ima nueva lucha con lo desconocido, o mediante la aceptación de nuevos riesgos.
Otra interpretación menos piadosa de las palabras de North es la basada no en factores biológicos, sino en razones de soberbia. Si un hombre considera que en la limitada duración de una vida y con la limitada capacidad humana, ?s capaz de adquirir todo el cúmulo de conocimientos que encierra su profesión, es que tiene un concepto muy pobre de la misma. En este caso lo probable es que, debido a una lamentable cortedad intelectiva, haya tomado por profesión lo que en realidad sólo era una introducción o preámbulo a la misma. Es el caso de una comida finalizada al terminar los entremeses.
Las consecuencias que se derivan de ima infravaloración de la propia pro-fesión son demasiado evidentes para merecer comentarios. Unos consideran que dominar la profesión es manejar con alguna soltura los rudimentos. Pues bien, las personas que así piensan serán las que queden estancadas en ese bajo nivel, y las que cojistituyen el grueso mundo de profesionales rutinarios y anónimos, de los cuales no cabe esperar aportaciones de gran novedad. Otros fijan sus miradas un poco más altas, o quizá mucho más altas, pero tarde o temprano también acaban persuadiéndose de que han calado ya hasta el fondo de su profesión, y consideran que en ese momento —terminado ya el período de aprendizaje— han alcanzado su plena madurez. Las personas de este grupo se sitúan, evidentemente, en niveles más altos que las del grupo anterior, pero en realidad no se diferencian de ellas más que en la altura de sus miras. En esencia, tanto unas como otras, piensan que en la profesión, y en la propia vida, es posible —y hasta fácil— alcanzar un límite superior de perfección, y que las tareas de aprendizaje son un inero trámite para asegurar un medio de subsistencia.
La realidad, sin embargo, es muy otra, porque los procesos de aprendizaje y perfeccionamiento son consustanciales con la propia vida. Cuando el hombre termina de aprender, empieza a morir.
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